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14 Años de la masacre en la ruta 47 de Mejicanos: Un dolor perenne

Hoy se cumplen 14 años desde el trágico domingo de junio de 2010, cuando miembros de la pandilla 18 llevaron a cabo un acto de violencia sin precedentes en El Salvador. En la colonia Jardín de Mejicanos, los terroristas incendiaron un microbús de la Ruta 47 con todos sus pasajeros a bordo, dejando un saldo desgarrador de 17 personas fallecidas y 15 heridas de gravedad, marcadas de por vida por las quemaduras y los disparos que recibieron mientras intentaban escapar.

El crimen, perpetrado alrededor de las 7:30 de la noche, fue un acto brutal donde los pandilleros vestidos de negro detuvieron el vehículo, rociaron gasolina y lo prendieron fuego, impidiendo a las víctimas cualquier posibilidad de escapar ilesas.

Carlos Oswaldo Alvarado, conocido como uno de los responsables del incendio, fue sentenciado en 2016 a 410 años de prisión por su participación en este atroz acto. Gustavo Ernesto López Huezo, alias “Tavo”, también fue condenado a 66 años por su implicación en el crimen, que fue una represalia por la muerte de un familiar suyo a manos de pandilleros rivales.

Esta masacre no solo cobró la vida de inocentes como Hazel Melany Gómez, de apenas 18 meses, y su padre Elías Antonio Gómez, sino que también dejó una huella imborrable en la comunidad de la colonia Jardín y en todo El Salvador. Fue parte de una época oscura donde las pandillas ejercían un dominio de terror sobre el país, con más de 125,000 personas asesinadas en un periodo de más de 25 años.

Hoy, la zona de la tragedia ha cambiado, con comerciantes y residentes viviendo en relativa tranquilidad gracias a estrategias de seguridad implementadas por el gobierno actual. El Plan Control Territorial y otras iniciativas han traído una sensación de paz que antes era impensable en esta comunidad estigmatizada por la violencia.

Sin embargo, la memoria de aquel fatídico día sigue viva entre los habitantes de Mejicanos, quienes aún recuerdan los gritos y llantos de las víctimas. Esta masacre no solo representa una herida profunda en la historia de El Salvador, sino también un recordatorio de los desafíos persistentes que enfrenta el país en su lucha contra la violencia y la impunidad.